11 enero 2018: Vuelta con Morenito
Después de 7 años, ¡por fin llegó el momento!
Petunia llegó a nuestras vidas, adoptada porque decían que no sobrevivía al invierno en la perrera. Sobrevivió. Y a los siguientes inviernos también.
Sin embargo, llegó el momento de irse de esta vida.
Desde el verano ha tenido muchos altibajos. Creía que no sobrevivía a Morenito, luego que no llegaría a su cumpleaños el 17 de diciembre, luego que no llegaría a navidad. Lo hizo todo aunque no en las mejores de las condiciones. Llevaba tiempo dando vueltas al tema de dormirla, pero no sabía cuando era el momento correcto. Se tiraba el día durmiendo. Eso no tiene nada de malo pensaba, está feliz, no se entera, no sufre. Todos los días la sacaba de vez en cuando a hacer pipi o caca en el patio. Al principio la colocaba de pie, hacía pis y la metía dentro antes de que se caía y se manchaba. Luego, como ella se caía, directamente la colocaba sentada a un ángulo para que no se manchara. Como luego sentada, acababa tumbada empecé a tumbarla directamente. Modificaba mi conducta según lo que hacía ella pero sin ver lo que realmente pasaba hasta que un día lo vi. Ya no era capaz no sólo de estar de pie sino tampoco de estar sentada, se caía directamente incluso dándose golpes en la cabeza. ¿Qué vida era esa donde la única posición que podía tomar era la de estar tumbada, todo el día? ¿Que para hacer pis y caca o beber alguien tenía que cogerla y llevarla al sitio? Así que tomé la decisión. A la mañana siguiente lo comenté con la veterinaria y estuvo de acuerdo. Llamé al crematorio y pedí cita. Con la decisión tomada, se vió reforzada cuando me percaté de más cosas. Una vez que la puse donde el cuenco, se quedó ahí, de hombros caídos, con la cabeza agachada por encima del cuenco de una manera que parecía ni saber donde estaba ni tener la fuerza de hacer nada. En otra ocasión, que la saqué al patio para hacer pis, cuando quise colocar las patas, las note muy rígidas, tanto que no pude moverlas en absoluto, cosa que comentó la veterinaria cuando estuvimos en la consulta para dormirla. ¿Se estaba muriendo lentamente? No me quedó la más mínima duda de que había tomado la decisión correcta, lo única que quizá había tardado demasiado.
Entre lágrimas, la llevé a dar su último paseo junto con Tamal. Fuimos por el campo, donde íbamos con Morenito en sus días más jóvenes cuando incluso corría, cosa que había olvidado. Hacía mucho aire y aunque la tenía bien tapada, le molestaba un poco. No tardamos en volver. Cogimos las cosas y fuimos al veterinario. No tardaron en atendernos con todo el cariño que habían mostrado hacia Morenito. La sedaron y la inyectaron. Vi como el aire dejaba su cuerpo entre sospiros fuertes. Al contrario que Morenito, ella sí hizo gestos raros incluso después de que su corazoncito dejara de latir, pero no me afectó. Sabía que ahora acababa su dolor. Por fin podía descansar después de una vida luchando. Lo merecía. Esperamos un poco y finalmente nos fuimos al coche donde nos esperaba Tamal.
Igual que con Morenito, quería que pudiera despedirse. Al subir al coche en casa, la verdad que parecía no querer estar cerca de Petunia, igual porque notaba que algo iba mal. Después de dormirla, tampoco parecía querer arrimarse y no la obligué. Coloqué a la pequeña Reina en su cuna y la puse abajo donde el copiloto. Ahí parecía dormida, que a diferencia de Morenito se quedó con los ojos cerrados. Parecía simplemente estar en su cuna dormida como todos los días, en paz. Llegamos al crematorio donde la dejé para recoger sus cenizas en un rato. Esta vez no necesité verla como se hizo con Morenito. Ya había hablado con ella, me había despedido, sólo esperaba el momento de volver a llevarla a casa.
Y aquí está, en mi habitación, en su cuna al lado de mi cama, donde había pasado los últimos meses de su vida.
Petunia llegó a nuestras vidas, adoptada porque decían que no sobrevivía al invierno en la perrera. Sobrevivió. Y a los siguientes inviernos también.
Sin embargo, llegó el momento de irse de esta vida.
Desde el verano ha tenido muchos altibajos. Creía que no sobrevivía a Morenito, luego que no llegaría a su cumpleaños el 17 de diciembre, luego que no llegaría a navidad. Lo hizo todo aunque no en las mejores de las condiciones. Llevaba tiempo dando vueltas al tema de dormirla, pero no sabía cuando era el momento correcto. Se tiraba el día durmiendo. Eso no tiene nada de malo pensaba, está feliz, no se entera, no sufre. Todos los días la sacaba de vez en cuando a hacer pipi o caca en el patio. Al principio la colocaba de pie, hacía pis y la metía dentro antes de que se caía y se manchaba. Luego, como ella se caía, directamente la colocaba sentada a un ángulo para que no se manchara. Como luego sentada, acababa tumbada empecé a tumbarla directamente. Modificaba mi conducta según lo que hacía ella pero sin ver lo que realmente pasaba hasta que un día lo vi. Ya no era capaz no sólo de estar de pie sino tampoco de estar sentada, se caía directamente incluso dándose golpes en la cabeza. ¿Qué vida era esa donde la única posición que podía tomar era la de estar tumbada, todo el día? ¿Que para hacer pis y caca o beber alguien tenía que cogerla y llevarla al sitio? Así que tomé la decisión. A la mañana siguiente lo comenté con la veterinaria y estuvo de acuerdo. Llamé al crematorio y pedí cita. Con la decisión tomada, se vió reforzada cuando me percaté de más cosas. Una vez que la puse donde el cuenco, se quedó ahí, de hombros caídos, con la cabeza agachada por encima del cuenco de una manera que parecía ni saber donde estaba ni tener la fuerza de hacer nada. En otra ocasión, que la saqué al patio para hacer pis, cuando quise colocar las patas, las note muy rígidas, tanto que no pude moverlas en absoluto, cosa que comentó la veterinaria cuando estuvimos en la consulta para dormirla. ¿Se estaba muriendo lentamente? No me quedó la más mínima duda de que había tomado la decisión correcta, lo única que quizá había tardado demasiado.
Entre lágrimas, la llevé a dar su último paseo junto con Tamal. Fuimos por el campo, donde íbamos con Morenito en sus días más jóvenes cuando incluso corría, cosa que había olvidado. Hacía mucho aire y aunque la tenía bien tapada, le molestaba un poco. No tardamos en volver. Cogimos las cosas y fuimos al veterinario. No tardaron en atendernos con todo el cariño que habían mostrado hacia Morenito. La sedaron y la inyectaron. Vi como el aire dejaba su cuerpo entre sospiros fuertes. Al contrario que Morenito, ella sí hizo gestos raros incluso después de que su corazoncito dejara de latir, pero no me afectó. Sabía que ahora acababa su dolor. Por fin podía descansar después de una vida luchando. Lo merecía. Esperamos un poco y finalmente nos fuimos al coche donde nos esperaba Tamal.
Igual que con Morenito, quería que pudiera despedirse. Al subir al coche en casa, la verdad que parecía no querer estar cerca de Petunia, igual porque notaba que algo iba mal. Después de dormirla, tampoco parecía querer arrimarse y no la obligué. Coloqué a la pequeña Reina en su cuna y la puse abajo donde el copiloto. Ahí parecía dormida, que a diferencia de Morenito se quedó con los ojos cerrados. Parecía simplemente estar en su cuna dormida como todos los días, en paz. Llegamos al crematorio donde la dejé para recoger sus cenizas en un rato. Esta vez no necesité verla como se hizo con Morenito. Ya había hablado con ella, me había despedido, sólo esperaba el momento de volver a llevarla a casa.
Y aquí está, en mi habitación, en su cuna al lado de mi cama, donde había pasado los últimos meses de su vida.